Blockchain, ¿una tecnología con propósito?

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Hace 10 años pensábamos que el destino del mundo era una encrucijada de problemas, sin soluciones tangibles. Las cartas estaban echadas y solo podíamos responder a un sistema político y económico ya configurado. Nada podíamos hacer, todo estaba dicho y escrito. Solo teníamos que seguir la corriente y sobrevivir ante la adversidad de las circunstancias.

Pero la historia es una sucesión de revoluciones paradigmáticas que de cuando en cuando señala que una forma de pensar y hacer las cosas ha llegado a su fin, para ser sustituida o mejorada por nuevos paradigmas más acordes al momento histórico que vivimos. Por lo tanto, un paradigma caduco debe ser reemplazado por otro que responda a las necesidades, intereses, pero sobre todo a los propósitos que animan a las sociedades para avanzar, crecer, desarrollarse y co-evolucionar.

Es decir, no evolucionamos de forma individual, sino como colectivo humano a través de sistemas sociales interdependientes e interconectados, tal y como ocurre en el mundo atómico.

Es más, a lo largo de la historia hemos logrado sobrevivir como especie humana porque hemos sabido adaptarnos de forma creativa a las circunstancias que el entorno social, político y económico nos ha presentado e impuesto, siempre empujando nuestra realidad hacia nuevos destinos a través de los paradigmas que se han sucedido.

Hoy más que nunca vivimos en una era del saber, de la creación, difusión y promoción del conocimiento, afincado en una vasta base de datos administrada de forma digital para todas las tareas de nuestra vida diaria. Por lo tanto, aquel que posea y controle la información tendrá el poder que ha estado centralizado —controlado— por gobiernos e instituciones financieras por algunos siglos, adaptándose a las condiciones de su entorno social para generar sensaciones —ilusiones— de democracia, pero sobre todo libertad de elección. Los juegos del poder son los juegos del lenguaje.

Nadie se imaginó que la creación de Satoshi Nakamoto, un gigante que descansó sobre los hombros de otros gigantes preocupados por la libertad y los derechos humanos desde el entorno digital usando criptografía y sistemas informáticos de código abierto, sacudiría al mundo con la más revolucionaría creación tecnológica y paradigmática de principios del siglo XXI: la blockchain. Esta última, de acuerdo con el economista argentino Alejandro Sewrjugin, es una tecnología con propósitos.

La misión de la blockchain es generar valor por diversas vías para poder resolver problemas y atender necesidades humanas básicas, como el derecho a la tierra o la propiedad intelectual sobre la creación de contenidos, la posibilidad de transferir valor de una persona a otra sin intermediarios —como las instituciones financieras—, así como el respeto al anonimato y privacidad, al permitirnos ser los dueños de nuestra base de datos, el principal recurso que controlan corporaciones y gobiernos. Es que en el siglo XXI, quien posea el dominio sobre la información, tiene el poder político y económico sobre la sociedad.

¿Qué mayor propósito que devolver el control del destino en nuestras manos? La tecnología de la cadena de bloques nos ha permitido ser los creadores de nuestra historia, aquella en la que nosotros mismos podemos ser los responsables de crear y compartir valor de forma descentralizada y distribuida.

Esto es posible cuando podemos llegar a un consenso, facultado por la tecnología blockchain que permite fijar desde su protocolo informático las reglas de juego, para que todos sepamos cómo conducir nuestras acciones según los fines previamente fijados. Ello permite llevar a cabo el propósito para el cual se crea un proyecto usando la blockchain, la cual siempre deberá tener un impacto social en mayor o menor medida.

Es que si nos detenemos a pensar, ¿de qué sirve tener una tecnología tan poderosa al momento de almacenar, gestionar y procesar una enorme cantidad de datos si no permite conseguir soluciones a problemas o satisfacer necesidades humanas reales?

La blockchain fue creada para entregar en manos de las personas la capacidad —responsabilidad— de atender sus propios asuntos sin la necesidad de un tercero de confianza. De esta manera, se pueden crear comunidades basadas en economías incentivadas que sean capaces de generar y distribuir valor al momento de llevar a cabo acciones concretas que permitan ofrecer mejores condiciones de vida.

Por supuesto, Nakamoto sabía que para lograr esto el protocolo de una blockchain debe crear confianza a través de la transparencia. Esto se logra al permitir que todos los involucrados puedan ver —auditar— en tiempo real qué ocurre y cómo se llevan a cabo los registros en este libro digital mayor. Sin olvidar que una vez se registren los datos, los mismos deben ser inmutables, es decir, que nadie pueda vulnerar de ninguna manera la información registrada, gracias al uso de la criptografía para cifrar —encriptar— dicha información. En otras palabras, no se puede borrar, reescribir o modificar de cualquier manera los datos una vez registrados.

Esto es lo que Don Tapscott llama el protocolo de confianza.

Pensemos por un momento. Bitcoin fue creado con el propósito que las personas pudieran generar valor —dinero— y distribuir esta riqueza de forma descentralizada para pagar cualquier bien o servicio en nuestra sociedad, sin la necesidad de bancos y gobiernos. De nuevo, poner el poder económico en manos de las personas.

Existen también proyectos blockchain basados en el uso de contratos inteligentes, como Ethereum e EOS. La intención es crear contratos digitales que se puedan auto-ejecutar sin la intervención de terceros. Esto ocurre una vez la partes han llegado a un consenso sobre cómo y cuándo se van a ejecutar las acciones en dicho contrato. Esto sirve para pagar por un bien o servicio, otorgar recompensas al momento de jugar o crear contenido de valor para una comunidad en una aplicación descentralizada (dApp), tokenizar algún bien material o adquirir una propiedad, entre otras posibilidades.

Al usar un contrato inteligente a través de una blockchain, ninguna de las partes podrá modificar los acuerdos transados gracias a su inmutabilidad, lo que garantiza que los involucrados podrán tener la confianza necesaria para llevar a buen término cualquier negociación. Esto, a su vez, es posible porque la blockchain permite observar y verificar cada acción que ejecuta el contrato.

En fin de cuentas, esta tecnología hace posible mejorar nuestras relaciones humanas al evitar tener que confiar en un tercero que se encargue de gestionar este contrato, quien puede inclinarse en favor de alguna de las partes o sus propios intereses.

Este tipo de tecnología es aplicable a cualquier escenario de nuestra vida en los ámbitos de economía, política, salud, negocios, educación, entretenimiento, comunicación, entre otros. Y en cada una de estas áreas puede cumplir con el propósito por el cual fue creado, lo que implica redimensionar la forma como nos relacionamos, comprendemos, interpretamos y actuamos en sociedad.

En definitiva, la blockchain busca transcender nuestras capacidades humanas para volvernos más humanos al convertirse en una ampliación de nuestro ser. Convertir nuestras debilidades en fortalezas y darle un sentido a nuestros propósitos, para que los mismos puedan ser llevados a cabo de forma divergente, no convencional, pero sobre todo para que se hagan realidad.

Imagen de upklyak

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