Internet es un lugar para interconectarnos en la gran aldea global. Es un lugar para soñar, imaginar, crear, colaborar, compartir y vivir de una forma diferente a épocas pasadas. Es una realidad alternativa y, como tal, no escapa a tres conceptos clave: privacidad, seguridad y libertad.
Hoy en día, Internet es otro espacio más para relacionarnos, como en cualquier otro. Esto ocurre porque somos seres sociales, cargados con una enorme emotividad que se teje en complejas redes de relaciones humanas.
Aquella interacción humana que, durante la mayor parte de nuestra existencia se ha llevado a cabo en entornos basados principalmente en el contacto físico —a lo que llamamos “cara a cara”— ahora se desarrolla a través de pantallas digitales y dispositivos electrónicos.
En este escenario, es habitual hablar de identidad digital. Se crea principalmente a través de nuestra presencia y relaciones en Internet por medio de las redes sociales —Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, etc.— servicios de mensajería —WhatsApp, Telegram, entre otros—, sitios web, blogs, y otros espacios digitales. Allí, también podemos crear una forma de ser única, una especie de avatar, o simplemente proyectarnos en nuestra cotidianidad.
¿Los derechos humanos también existen en Internet?
Pensar que nuestra identidad digital, así como todo lo que creamos y compartimos en la nube es inmune a lo que ocurre en nuestro mundo fuera de la pantalla, es una de las razones por las cuales descuidamos lo que establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus artículos 3, 12 y 19.
Artículo 3.
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Artículo 12
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.
Artículo 19
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Hablar de privacidad y libertad de expresión es hablar de la necesidad de fomentarlas en un entorno de seguridad, incluido los virtuales.
Ya hemos leído, escuchado o visto en los medios de comunicación casos de robos de identidad (phising) o secuestro de datos (ransomware) a cambio de pagos en criptomonedas como bitcoin. Asimismo, hemos experimentado casos más sutiles como entregar todo nuestro perfil a empresas o instituciones gubernamentales a través de Internet. Allí no solo están nuestros datos personales, también con quién nos relacionamos, qué hacemos, dónde, cuándo y cómo lo hacemos, qué hablamos, creamos o compartimos en la nube.
Aquella información es muy valiosa para empresas como Google y Facebook que pueden comercializarla a terceros. En el mejor de los casos, esta información se utiliza para fines de inteligencia y publicidad, en el peor de los casos, podemos ser víctimas de ataques y manipulación.
Ahora bien, ¿es correcto que alguien más decida qué hacer con nuestros datos y que alguien más reciba réditos económicos por ello? Esa información es nuestra propiedad y el hecho de que alguien más la exponga sin nuestro conocimiento atenta a nuestra libertad, seguridad y privacidad.
En la mayoría de sitios web ahora damos nuestro consentimiento para entregar datos personales a cambio de navegar allí o adquirir un servicio. Aquel consentimiento, sin embargo, no nos excluye del riesgo de ser víctimas de ataques y vigilancia por terceros.
Esto es incluso más grave cuando se trata de nuestros registros financieros. Tanto los bancos como los gobiernos pueden vigilar las cuentas y transacciones bancarias de las personas, congelar las mismas o gestionar sus datos en servidores centrales susceptibles a ataques por parte de delincuentes informáticos.
La cadena de bloques y varias implementaciones de esta tecnología están demostrando que existe solución. Ahora los usuarios pueden decidir entre utilizar redes sociales centralizadas como Facebook y Twitter, navegadores que monopolizan los datos de sus usuarios como Google y sistemas de pago que responden a políticas invasivas como Visa o alternativas descentralizadas y encriptadas que ofrecen mayor seguridad, privacidad y libertad al usuario.
Ya existen redes sociales basadas en aplicaciones descentralizadas (dApps) que toma en cuenta la posibilidad de preservar la no censura, privacidad y anonimato de sus usuarios, siempre y cuando esta sea su elección. En el entorno financiero, tenemos a disposición de nuestra preferencia una gran variedad de criptomonedas.
No es una utopía
Cuando Satoshi Nakamoto creó la blockchain a partir de Bitcoin, lo hizo tomando en cuenta la privacidad, más no un anonimato absoluto, ya que la transparencia en las transacciones era fundamental para mantener la integridad en la red y la confianza sin intermediarios.
Es importante recordar que todas las criptomonedas son privadas, porque no se requiere otorgar información personal como nombre, documento de identificación, datos bancarios, número de teléfono o dirección de habitación. Pero no son del todo anónimas, ya que permiten, con los recursos y procedimientos de investigación adecuados, hacer un seguimiento para determinar quién es la persona detrás de una transacción o dueña de los fondos adscritos a una dirección pública.
Esto no ocurre si usamos criptomonedas enfocadas en la privacidad y anonimato absoluto,como Monero y Zcash. Cada una de ellas aborda la privacidad con distintas propuestas criptográficas, de protocolo y algoritmo de consenso. Sin embargo, ambas son una alternativa para desvincular el dinero del remitente y el receptor e impedir así que sea rastreable.
Esto permite resguardar cuánto dinero tenemos, a quién lo enviamos, cuánto movilizamos, y lo más importante: no debemos proporcionar ningún dato personal. Es decir, privacidad y anonimato absoluto, siempre y cuando así lo elijamos, ya que es posible compartir información sobre las transacciones al dar acceso a las mismas a terceros a través de ciertas opciones que ofrecen ambos proyectos.
Este aspecto permite que cada persona que tenga acceso a Monero y Zcash pueda hacer un uso consciente sobre el valor de contar con la libertad de elegir qué información comparte o no, con quién y cómo. A su vez, los gobiernos deben respetar este derecho humano a la privacidad de cada ciudadano.
Por supuesto, queda un detalle importante por mencionar y es pensar hasta dónde llegan los derechos a la privacidad cuando se usan esta clase de criptomonedas para malas acciones (narcotráfico, terrorismo, pornografía infantil, venta de armas ilegales, asesinatos, crímenes informáticos, etc.).
Antes de las criptomonedas, y aún hoy día, el dinero más anónimo que existe es el efectivo como el dólar o los euros, los cuales todavía se usan para financiar actos penados por la ley. Las criptomonedas no dieron origen a los delitos, sino que son una forma más de dinero que puede ser usadas para buenas y malas acciones. No por ello vamos a dejar de usarlo, como tampoco lo haríamos con las monedas fiat, sabiendo que se usan para acciones nada lícitas desde su mismo origen.
Una reflexión final
La privacidad y seguridad son fundamentales en nuestra vida para la libertad de expresión, de tránsito y manejo de nuestras finanzas, con el fin de hacer valer nuestra dignidad humana. Como vemos, esto está consagrado desde 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sin embargo, cuando se habla de internet, cada quien debe decidir hasta qué punto este tema es relevante y hasta dónde deseamos llevar esto sin comprometer nuestras convicciones. Es algo que debe ser de libre elección.
Los invito a reflexionar desde sus necesidades e intereses para elegir aquello que sea más conveniente.
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